Septiembre en la Costa Blanca: belleza sin multitudes
Más que el fin del verano, septiembre es su versión más amable. En la Costa Blanca, las playas se calman, los pueblos respiran y la vida se desacelera para quienes saben saborear los días con otro ritmo. Aquí, el Mediterráneo se vive con una profundidad que solo el silencio y la luz dorada de septiembre pueden regalar.
Abahana Villas - Vistas del Peñón de IFach en Septiembre
Una nueva estación para descubrir la Costa Blanca
Septiembre no es el final: es el secreto mejor guardado. Mientras las multitudes regresan a la rutina, quienes conocen bien esta tierra saben que empieza una segunda temporada, más tranquila, más cálida y más real.
El agua sigue invitando a zambullirse sin pensar en horarios, las calas se descubren sin ruido, y los caminos entre pinos y barrancos huelen distinto. Es el momento de reconectar, no solo con el paisaje, sino con uno mismo.
Tranquilidad con sabor mediterráneo
Sin prisas ni reservas de última hora, los restaurantes abren sus terrazas para quienes quieren comer con vistas y sin reloj. Una fideuá al sol en Altea, un arroz meloso en Jávea, un pescado fresco en Calpe... el Mediterráneo en septiembre no sabe a despedida, sino a celebración.
Y lo mejor: la atención es más pausada, más personalizada. Los camareros te recomiendan con cariño, las cocinas trabajan sin la tensión de agosto. Comer aquí, en este mes, es volver a disfrutar de la hostelería como cuando todo iba más lento.
Playas, pueblos y senderos para ti solo
Las playas siguen siendo un regalo, pero sin toallas pegadas unas a otras. Puedes elegir tu rincón, abrir un libro o simplemente escuchar las olas. Y si prefieres tierra firme, septiembre es ideal para caminar: la brisa es suave, la luz perfecta, y los senderos de la Marina Alta te esperan sin agobios.
Altea, Moraira, Benissa, Dénia… en septiembre sus calles vuelven a ser de los locales y de los viajeros curiosos que se atreven a venir fuera de temporada. Se escuchan conversaciones en la plaza, hay sitio en los mercados, y cada rincón recupera su alma.
El lujo de no correr
Tal vez lo más valioso de septiembre en la Costa Blanca no sea el clima, ni los precios, ni los paisajes. Tal vez sea ese privilegio de no correr, de desayunar con vistas al mar sin mirar el reloj, de entrar en una galería, descubrir un vino local, charlar con un artesano.
Septiembre devuelve a esta tierra su pulso natural, su equilibrio. Aquí, cada rincón se saborea más, porque nada ni nadie te apura. Y ese lujo, en los tiempos que corren, es tan raro como hermoso.
Altea se ha consolidado como el epicentro cultural y artístico de la Costa Blanca, un auténtico refugio para creadores y amantes del arte. Sus calles empedradas, coronadas por casas blancas y cúpulas azul cobalto, han sido musa de inspiración para bohemios y artistas de todo el mundo. Este encantador pueblo mediterráneo no solo preserva su esencia marinera, sino que además acoge una oferta cultural vibrante y variada.
Dicen que hay lugares que no se olvidan, que permanecen intactos en la memoria sin importar cuántos veranos hayan pasado. El Portet es uno de esos rincones. Una pequeña bahía en Moraira donde el tiempo parece detenerse, donde el mar sigue abrazando la orilla con la misma ternura de siempre y el Peñón, imperturbable, continúa saludando a los que llegan descalzos.
Viñedos que crecen sin riego artificial, en suelos arenosos o calcáreos que generan vinos vibrantes. La humedad de la noche y las brisas del día protegen sus cepas en equilibrio. Una viticultura orgánica rodeada de almendros y olivos, un ecosistema vivo.
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